Filosofando... morí.

Su voz retumbaba en mi cabeza, las palabras penetraban en mi cerebro como alfileres, casi no podía respirar, no quedaba oxígeno en mis pulmones.

Tumbada en la fría arena de la playa, el viento acariciaba mis labios, mientras miraba las resplandecientes estrellas que rodeaban la luna, pensaba en todo y en nada.

En lo insignificante que era yo para el mundo, y en lo importante que era yo para mí, porque todo empieza en uno mismo, y acaba en los demás. Si no te quieres a ti, no puedes querer a otra persona, porque eres incapaz que amar. ¿Me quería a mí? Realmente… yo… ¿me quería? Cuál era la respuesta… ¿Que sí? ¿Que no? Yo… respondería… que sí. Entonces, por esa regla, yo podía querer a otra persona. Pero… siempre hay un “pero” en estas filosofías.

BASTA! No quiero pensar. Sólo mirar las estrellas, perderme en su pequeñez, en su inmensidad. Contradicción de nuevo. Pero solo perderme, sin pensar en nada. Concentrarme en un punto, perderme en él, perderme en mi, y todo sin moverme de las cálidas manos de arena que me sujetan a la realidad.

Tengo frío, el crudo viento se arremolina a mi alrededor. Miedo. Tengo miedo. Y si me cubre la arena, ¿que haré? Luchar… Resignarme… no lo sé… Mi cuerpo no responde, no puedo moverme… así que… me resignaré. No!!! Tengo que salir! Tengo que luchar!! No me puedo rendir!!! No sin haber besado tus labios! No sin haberte encontrado!! No sin saber si realmente existes!!! Tú, mi otra mitad. Predestinado o no a encontrarme, da igual. El oxígeno se escurría… no podría aguantar mucho más. ¿Me resignaba pues? ¿Qué más podía hacer? Esperar. ¿A qué? ¿A quién? Si no me quedaba aire… - “¿Se encuentra bien señorita?” – una voz!! ¿Quién era? Tenía que moverme, responder, hacer algo! Pero mi cuerpo no respondía, le oía, su voz retumbaba en mi cabeza, las palabras penetraban en mi cerebro como alfileres, casi no podía respirar, no quedaba oxígeno en mis pulmones. No sentía ya nada… Moría… Moría abrazada por la cálida arena mandada por el frío viento.

By Ascha 11/11/05